Primeras tardes en la Librería Méndez
Pienso en la librería Méndez como un espacio de preciosismo íntimo, una especie de biblioteca privada abierta al público en la que el gusto libresco no tiene que ver, únicamente, con la elección de títulos, sino también con su disposición, en una acomodada armonía cromática que nos hace mirarlos por una imantación. Algo hay de magmático en la librería Méndez, y no sólo los viernes por la tarde, cuando varios amigos pasamos por allí para hablar con Antonio Méndez, con Alberto, sobre las últimas novedades, si ha llegado algo nuevo sobre el modernismo madrileño y el viejo malditismo calavera de la Puerta del Sol. De todas esas rutas literarias posibles en Madrid, varias pasan por Méndez, entre la Plaza Mayor, con su enigma de arcos, en la contemplación de los gabanes que pasaron un día bajo una lluvia torva, y el mercado de San Miguel, hoy restaurado y convertido en eco brioso de su previa presencia fantasmal. Méndez es el centro o su conciencia, ese eje interior que nos hace mirarnos más lejos de Madrid, como si una puerta oscura, a lo Neville, pudiera conducirnos por esas galerías subterráneas que aún gravitan bajo el pasado azul de la ciudad: todas esas vidas sucesivas, su multiplicidad cambiante, que son un laberinto de libros desterrados. En Méndez no hay ningún libro exiliado: uno llega a hablar con los libreros y sucede de pronto la tertulia, y sólo falta la caña o el vermú, aunque al lado está El Naviego, que es un Madrid más agarrado al pasado reciente, una especie de refugio para las cargas de la Transición, cuando los viejos cafés como el Varela ya eran sólo la sombra de su fotografía. Hablar de libros en la librería Méndez es uno de los pocos placeres literarios que quedan en Madrid, con la autenticidad del sitio de reunión descubierto en la luz. Cuánta luz interna en la librería Méndez, y qué oscura la calle si llegas con retraso y te encuentras bajada la persiana. Hay una luz de libros, hay una claridad que te hace descubrirte en una alteridad, llamándote a leerla. He sido muy feliz en Méndez, y alguna vez he soñado, cuando va anocheciendo, en quedarme dentro con los libros, la persiana bajada y evadida de su propio contorno. Hoy se puede hablar de mucho y casi todo es un desastre. Por eso les invito a disfrutar una verdadera librería. JOAQUÍN PÉREZ-AZAUSTRE EN DIARIO ABIERTO 31-05-2012
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